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Relación entre hermanos, amigos para siempre

Hace tiempo que quería hablar de la relación entre hermanos, así que aprovecho que es el tema del mes en la iniciativa Hay Vida Después de los 6 años para contar mi experiencia. No me refiero a mi relación con mis propios hermanos (para eso mejor abrir otro blog), sino a la que tienen mis hijos, que ha sido un poco tormentosa desde el principio. Los niños tienen por delante muchos años de estrecha convivencia con sus hermanos, y si bien es cierto lo que dicen de que el roce hace el cariño, también causa encontronazos. 


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Mis dos hispanobúlgaros, by Azuki
 

 Cuando nació mi hijo pequeño, hace dos años, la mayor se lo tomó bastante mal. No montó dramas pero la procesión iba por dentro. Todo empezó cuando pasé dos noches en el hospital para dar a luz. Al nacer ella no hubo problemas porque era la primera, pero esta vez tuvo que quedarse en casa, y aunque mi marido la trajo a visitarme un par de veces, no es lo mismo. Esos días cuidaron de ella otras personas, yo no puede darle la merienda, llevarla al parque o contarle el cuento antes de ir a dormir. 

Su padre le explicó que mamá pronto volvería, que en dos días estaría en casa de nuevo y que traería un hermanito para ella. Ignoro si este fue el enfoque adecuado; a ella le sentó fatal. Entonces tenía cuatro años y medio y vio al recién llegado como un invasor, un ladrón del tiempo de mamá. Se supone que esta actitud es un clásico de hija única destronada, pero que sea habitual no lo hace más agradable. 

Cualquiera que tenga hijos sabe lo caóticos que son los primeros días en casa con un recién nacido. Me apañé como pude, teniendo en cuenta que sin ser primeriza me sentía como si lo fuera. Me avergüenza decir que al principio no sabía ni por dónde coger al niño, y tuve serios problemas para establecer la lactancia materna. Esto, sumado a problemas familiares y a una larga depresión post parto que me duró meses, hizo que no pudiera atender bien a mi hija mayor, y ella nos culpó al bebé y a mi.

Su reacción pasó a ser física: a la semana de nacer su hermano se empezó a arrancar las uñas a escondidas. Pero no pellejitos sueltos, no: toda la uña. Un día descubrí horrorizada que le sangraban todos los dedos y por más que intenté hablar con ella, siguió haciendolo durante semanas y meses. Cuando tuvimos por fin el tema controlado, pasó a cambios de comportamiento. Primero me atacaba a mi, verbalmente. Me ofendía sin parar, me decía cosas feas, a sus cinco años se portaba como una adolescente hormonada. 

Respecto a su hermanito, por suerte no le pellizcaba ni le pegaba, pero no parecía quererle nada. Durante un año y medio se dedicó a ignorar por completo al bebé, hasta que por fin un día nos dibujó a los cuatro juntos por primera vez, lo que interpreté como la ansiada aceptación.


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No parece obra de una niña que odie a su hermanito, ¿no?


Ahora bien, que acepte a su hermano no significa que se lleve bien con él. Normalmente le tolera, pero en cuanto interfiere con su vida se pone furiosa. Como el niño le toca sus juguetes, le ha roto alguna cosa sin querer y sigue robandole tiempo a solas conmigo, lo que hace es una mezcla entre ignorarle y esconderse de él, encerrandose en su habitación durante horas.  

Otras veces su conducta es regresiva, es decir, se porta como una niña pequeña: me pide que le dé la comida en la boca, le roba los juguetes al pequeño y los usa para jugar ella, mientras el pobre llora reclamandolos.

De vez en cuando se queda a pasar la noche con mis suegros, y cuando voy a recogerla se resiste a venir conmigo, me dice que esa es su casa y que me vuelva yo a la mía con el niño. Intento no reaccionar mal a su rechazo deliberado para evitar que siga haciéndolo, pero no sirve de mucho. 

¿Y el niño? El pobre adora a su hermana, se muere de ganas de jugar con ella, y no para de buscarla por toda la casa. Todavía es demasiado pequeño para entender qué sucede, y le frustra que ella le cierre la puerta en las narices a todas horas.

No siempre están a malas, a veces se lo pasan bomba saltando en la cama o pintando, pero dura poco; son momentos fugaces en los que apenas tengo tiempo de correr a por la cámara y hacer un par de fotos borrosas para inmortalizar la escena.

Para mi es duro ver cada día esta actitud de la mayor respecto al pequeño. En parte me siento culpable porque no puedo dividirme para atender a los dos: si estoy con el pequeño no puedo hacer un puzzle con la mayor o ayudarla a escribir sus frases del día. Y cuando estoy jugando con ella al parchís no puedo rodar por la alfombra con él. Por ahora no tienen edad para poder hacer nada juntos. Son como el agua y el aceite, y no ayuda nada que el pequeño todavía no hable porque no se pueden comunicar.

¿Y qué hago yo? De momento me centro en intentar evitar que la mayor culpe a su hermanito por la pérdida de su trono. Hago lo que puedo por buscar tiempo con ella a solas, aunque siento que nunca es suficiente. Cuando el pequeño crezca un poco y hable tal vez será más fácil encontrar actividades que puedan hacer los dos juntos.

Espero que cuando ambos sean mayores los lazos entre ellos se estrechen, y cada uno sea el sostén del otro, alguien con quien contar siempre, pase lo que pase. 

¿Os resulta familiar esta situación? Quienes tenéis varios hijos, ¿se llevan bien o no se pueden ver? ¿Cómo os organizáis para atenderlos a todos a pesar de sus distintas edades? 



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