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Mis vecinos búlgaros

Los vecinos no suelen ser amigos del alma, pero ya que viven pegados a nosotros, es mejor llevarse bien con ellos en la medida de lo posible. En mi edificio hay fauna muy variada y a todos mis vecinos búlgaros les he puesto algún mote según su característica principal


El culturista:

Es un treintañero pero ya está casi calvo. No sé si es culturista en el sentido estricto de la palabra, pero desde luego se toma el desarrollo muscular muy en serio. Tiene un almacén en el sótano que ha convertido en un gimnasio casero y está lleno de máquinas de hacer ejercicio: banco de abdominales, remadora, pesas, elíptica... Sus hombros son muy anchos pero su cintura es normal, así que su torso tiene forma de triángulo invertido, como un dibujo animado. Siempre parece que le vayan a reventar las camisetas. 

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culturista, músculos, vecino, búlgaro
Seguro que come muchas espinacas.
 
Cuando me cruzo con él suele venir de su gimnasio y va hecho un cristo, pero aunque me pone nerviosa, es muy majo. Una vez que no funcionaba el ascensor subió el cochecito de mi hijo pequeño por las escaleras, sin parar en ningún rellano a recuperar el aliento. ¡Con el niño dentro!


Los jubilados cotillas: 

Un clásico de cualquier bloque de apartamentos. Su única hija se ha ido a vivir al extranjero y ahora que están jubilados se aburren como ostras. Controlan todas las idas y venidas de todos los vecinos y lo saben todo de todos. Se apuntan a cualquier movida. Aunque sean cotillas son majos y muy tolerantes con los niños.

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ancianos, pareja mayor, banco
"Cariño despierta, que te toca montar guardia en la mirilla".


El pianista:

No he identificado aún de qué piso procede la música, pero es una maravilla tener un vecino que toca el piano. Cuando llegamos, fuera quien fuera estaba aprendiendo y se le daba fatal, pero ahora toca bastante bien, y aunque llegan amortiguadas por varias paredes, oír sus melodías es un placer.

   

La pasota:

No habla con nadie, no viene a las reuniones de vecinos, no saluda cuando se cruza con alguien por la escalera. Para ella los vecinos son simplemente seres vivos con los que tiene que compartir el oxígeno. Una borde antipática, así que todos nos alegramos de que nos ignore, la verdad. 

 

El misterioso:

Sabemos que vive ahí porque va pagando cuando toca, pero no da señales de vida. No se le oye, no asoma la nariz, y nadie parece saber siquiera qué aspecto tiene. Periódicamente nos inventamos historias sobre él, desde que es un testigo protegido del Gobierno a que tiene algún negocio clandestino en el comedor.



El soltero:

Sólo salen tres sonidos de su piso: los correteos de su perro pasillo arriba y abajo; los gemidos de su somier cuando consigue ligar, y música fuerte y risas hasta las tantas cuando invita amigos los fines de semana. A mi no me molestan en absoluto porque total, mis hijos son más ruidosos que él, y por la noche caigo en coma profundo nada más apoyar la cabeza en la almohada. Lo que tiene el agotamiento materno. 

 
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Paul Rudd, vecino ligón, soltero
No es tan mono como Paul Rudd, ¡ojalá!


El mafioso: 

No es un mafioso de verdad (al menos que yo sepa), pero le bauticé así mentalmente cuando me vine a vivir aquí. Cincuenta y pico, casi calvo, bizco y suele pasearse por las zonas comunes con el mismo atuendo que por su casa: pantalones cortos y camiseta interior negra de tirantes, tanto en invierno como en verano. 


Como tiene cocina americana, cuando tiene invitados instala su barbacoa portátil en el patio, o en el garaje si es invierno, porque a su mujer no le gusta que le deje el comedor lleno de humo y olores. Adora ser anfitrión, es el que siempre organiza las cenas de vecinos, en las cuales siempre lleva, cómo no, su camiseta interior sin nada encima.

Su mujer también parece la mujer de un mafioso: muy elegante, no trabaja fuera de casa, tiene el piso decorado a todo lujo (y con muy buen gusto), y lleva siempre prendas o complementos con print animal.

Esta pareja es un ejemplo fantástico de por qué no hay que juzgar a la gente por su aspecto: son con diferencia los más amables y educados del edificio. Él siempre me abre las puertas cuando voy con los niños, ella es la simpatía personificada. Además, la veo a menudo por la calle, cuando sale del supermercado, ofreciendo algo de su comida a la gitana que suele esperar fuera, o dandole unas monedas a alguna jubilada que pide en una esquina.

Y sobre todo, lo que más les agradezco es lo de las zapatillas. Cuando escribí sobre la costumbre búlgara de llevar siempre zapatillas por casa, conté que los vecinos de abajo se habían quejado de que las mías hacían mucho ruido, y me hicieron probar varias hasta que dimos con unas suficientemente silenciosas. Pero desde que nació mi hijo pequeño, que es de alta demanda y bastante ruidoso (alaridos, objetos al suelo constantemente), no han abierto la boca a pesar de vivir justo debajo y tragarse todo el ruido. 

Los búlgaros en general suelen ser muy buenos con los niños. Estos en concreto entienden perfectamente que los niños son niños, que juegan y que hacen ruido, y tienen mi gratitud eterna por eso.

Aunque cada uno tiene sus cosas, en general no me puedo quejar de vecinos. Me pregunto qué opinan ellos de nosotros, porque en casa es inevitable que los niños tiren cosas al suelo, que griten cuando se pelean...

¿Cómo son vuestros vecinos? ¿Os llevás bien con ellos?


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